Historia de Padre Jesús de Petatlán
Existen innumerables historias y leyendas que narran el origen de la llegada de la sagrada imagen de nuestro Padre Jesús a Petatlán. La tradición oral respecto a la sagrada imagen relata que, por el año de 1558, el pueblo de Petatlán era visitado por algunos de los sacerdotes establecidos en Tecpan y Zacatula y que los petatlecos tenía un San Antonio de madera viejo y maltrecho por los años que pasó peregrinando de choza en choza a falta de una capilla propia, templo que se realizó más tarde y le sirviera de casa y patronazgo. La vieja imagen, sin embargo, debía cambiarse por lo maltrecha y los señores curas acordaron hacer una colecta al terminar el sacrificio de la misa, cuyos resultados serían destinados a comprar una nueva imagen, sólo que esta vez sería del Señor Jesús. Reunida la cantidad necesaria, se la entregaron al sacerdote para que viajara a Puebla y adquiriera la imagen que supliría a su deteriorado San Antonio.
Esa noche, cuando el sacerdote cerraba su breviario y se santiguaba musitando sus últimas oraciones para retirarse a descansar, se escucharon tres golpecillos en la puerta de la pequeña habitación que ocupaba. ¿Quién es? preguntó recibiendo como respuesta otros tres golpes a la puerta. Abriendo la ventanilla que le servía de postigo para observar con seguridad desde el interior de su cuarto, interrogó nuevamente; ¿Qué deseáis?
Era un hombre pobremente vestido, con la cabeza descubierta y calzado con ligeras sandalias que dejaban asomar unos pies limpios, tanto como la blancura de su camisa y pantalón. Era moreno, pero no parecía de la raza indígena, aunque tampoco español; tenía unos ojos grandes y hermosamente tristes. Su sonrisa apenas se notaba por entre la caprichosa barba que tenía dividida en dos.
– Padrecito -dijo el recién llegado con dulce entonación- sé que está usted en vísperas de hacer un largo viaje para adquirir una imagen de Nuestro Redentor en la vía dolorosa. Yo he venido para evitarle tan fatigosa travesía. Puedo hacerte aquí esa imagen y seguramente mucho mejor de lo que se ha imaginado. Soy escultor y no se preocupe por cuánto le va a costar la escultura. Alcanzará con lo que reunieron los feligreses. Dentro de dos días, uno de ellos le traerá la noticia del lugar donde podrá usted recoger la imagen.
El sacerdote despidió al escultor, dando las gracias al Señor por tan singular visita y por el bien que consigo le había traído. El día siguiente era Viernes de Dolores, por lo que ocho días después sería Viernes Santo, y de eso se valió para decir a sus feligreses que había pospuesto su viaje porque creía prudente conmemorar dicha fecha con toda la solemnidad que mandaba la Iglesia. No quiso contar sobre la visita de aquel misterioso escultor, pues temía el sacerdote haber sido víctima de lo fantástico. Le parecía un hermoso sueño. Así, en medio de la incertidumbre, llegó el Domingo de Ramos. Los oficios religiosos empezaron y, cuando el buen sacerdote se disponía a decir su homilía, abriéndose paso entre la multitud, llegó un nativo hasta donde estaba el padre, se arrodilló, y le dijo con voz entrecortada por la fatiga:
Padrecito, por ahí está el Padre Jesús, igual como dices que es El. Está cansado el pobre con su cruz al hombro. Hace esfuerzo por levantarse y seguir caminando, pero no puede. Vamos padre, vamos para que lo vea.
Guiados por el hombre, sacerdote y peregrinos se dirigieron en tropel hacia el arroyo y ahí, a la sombra de una gigantesca Parota, estaba la sagrada imagen. El cura cayó de rodillas y dio gracias al Señor porque lo suyo no había sido un sueño. Besó la frente del Divino Nazareno que, con su mirada dulcemente triste, parecía invitara los creyentes a que le ayudaran a llevar la cruz. Entre llantos, cantos y plegarias, le condujeron a la pobre capilla que habían levantado.
Son muchas las tradiciones orales que se han transmitido respecto del origen de la imagen. Algunos afirman que la imagen venía en una fragata española que traía consigo la imagen del Nazareno, la cual, al ver que a causa de una tormenta estaban apunto de naufragar, el capitán prometió dejar la sagrada imagen en la comunidad más cercana a la cual lograran llegar. La nave naufragó frente a las playas de Valentín, por lo cual el capitán, en acción de gracias, dejó la imagen en el poblado de Petatlán. Acompañado de sus tripulantes llevó la sagrada imagen en procesión hasta el rústico templo construido hasta entonces. Esta versión concuerda con los rasgos españoles propios de la imagen, como lo son los ojos de vidrio propios del siglo XVI.
Aunque no sepamos a ciencia cierta el verdadero origen de la imagen, de lo que sí podemos estar seguros es de las innumerables gracias y bendiciones que hemos recibido de nuestro Señor Jesucristo, quien en esta imagen nos ha dejado un recuerdo de que todos debemos aprender a cargar con nuestra propia cruz.